viernes, 1 de mayo de 2009

De esa noticia

La avioneta cayó al río cuando apenas había despegado del aeropuerto local y buscaba definir su rumbo hacia el este. De pronto, comenzó a inclinarse y antes de que tocara agua, ya se habían apagado todas las luces.

De sus siete ocupantes, sólo el piloto advirtió la inminencia del desastre y alcanzó a avisar que abrieran la puerta de emergencia, pero poco pudo hacer para controlar la nave.

Ricardo era uno de los seis pasajeros y gerente general de la línea aérea.

En su época de estudiante, junto a su entrañable e inseparable amigo Luis, había participado en el equipo de rugby del colegio, también junto a él, había recorrido en bicicleta el trayecto que une Montevideo con Pirlápolis y esa noche, junto a su amigo, regresaba a casa, tras un largo día de negocios en la capital, sin imaginar que la destreza física adquirida entonces y la crecida del río hacia la costa, serían coincidencias afortunadas para que se produjera el milagro.

Tras el fuerte impacto, Ricardo, fue el único que permaneció consciente

Una vez en el agua se quedó unos minutos prendido de la cola de la avioneta esperando que saliera alguien más, esperando que saliera Luis .  Pero la nave se iba hundiendo de punta y el agua apoderándose de la cabina.

Una poderosa fuerza lo tiraba hacia abajo donde seis personas y, entre ellos, su gran compañero permanecían atados a sus butacas atrapados dentro de la máquina. Le costaba mover sus miembros inferiores.

Cuando logró sacarse las botas, sus piernas se liberaron de ese extraordinario peso que le impedía desplazarse con facilidad.

Miró hacia la costa y,  en las luces, donde puso los ojos de sus hijos, fijó su meta. Con esa imagen pudo sentir que no abandonaba a su amigo y aprovechar la oportunidad de salvar nada menos que su propia vida.

Y nadó interminables metros en esas heladas aguas durante casi una hora. Nadó sin parar, sin sentir, sin pensar hasta que logró trepar un barranco que le permitió tocar tierra.

Mojado, muerto de frío y con la cara desencajada golpeó los vidrios del salón donde se preparaba una fiesta de casamiento. El cocinero lo vio y lo hizo entrar de inmediato. Los mozos lo cubrieron con manteles. Creyeron que había sido víctima de un asalto. Tardó en hacerse entender porque sólo repetía: “no pude. no pude”

Poco a poco se fue calmando y les contó que su mejor amigo estaba en el río.


28.6.95. Sobre un hecho real.

No hay comentarios:

Publicar un comentario