viernes, 1 de mayo de 2009

El Telepibe

Con mis hermanitas teníamos varias muñecas grandes, que caminaban o hablaban, pero lo que más nos gustaba era jugar con las más pequeñas (del tamaño de lo que hoy sería una Barbie), para que no desentonaran con el jueguito de muebles, del que teníamos sólo el dormitorio.

El problema se nos presentaba a la hora de buscarle novio, porque no existían los “Ken” y el único muñeco con el que contábamos era un Telepibe, el símbolo del Canal 13, que era un nene pecoso con el brazo derecho levantado como diciendo “siempre listo” que nos regalaron una vez en el canal cuando fuimos a un programa que se llamaba Casino para hacerle público infantil a nuestra tía.

Recuerdo su pelo negro, sus pecas y su vestimenta: una chomba blanca y unos pantaloncitos cortos negros.

El galán de nuestras muñecas, era codiciado por ser el único varón, aunque siempre más petiso que su partenaire, y eso nos daba mucha rabia.

Una vez, tan enojadas estábamos con él que decidimos reemplazarlo por un buen mozo y varonil muñeco de cartón que nosotras mismas dibujamos y prolijamente pintamos y recortamos, pero, en la práctica, resultó demasiado “chato” para nuestro gusto y no tuvimos más remedio que reconciliarnos con el Telepibe.

Decíamos que era de “material de estatua”, porque era duro. Muchas veces lo revoleamos por la ira que nos producía esa cara infantil seduciendo a una diosa. En uno de esos ataques de furia, fue a estamparse con tanta fuerza contra el suelo, que perdió el brazo de su gesto “siempre listo” y, a partir de entonces, no sólo contábamos con un niño-novio bajito y chiquilín, sino también, manco. Era demasiado. Pero ahí no terminaron nuestras penurias. Durante varios meses desapareció y, sin éxito lo buscamos desesperadas, hasta que una tarde, desde el fondo de la cucha de Isidoro, nuestro perro, y entre sus más preciados tesoros robados, el Telepibe nos ofreció una sonrisa deslucida. Nos sorprendió su repentina calvicie y su desnudez ya que la pintura de sus ojos, de su pelo y de sus ropas se había esfumado como nuestra alegría de encontrarlo. Era evidente que había sido sometido, durante el tiempo que duró su secuestro a reiteradas chupadas, por las lamentables condiciones en que lo hallamos.

Lejos de desanimarnos, pusimos manos a la obra para restaurarlo pero, ni con témperas, ni con esmalte de uñas, ni con marcadores pudimos componer el desastre y eso que hasta bigotes le habíamos puesto para que pareciera mayor: la pintura sobre ese “material de estatua”, no se secaba nunca. A su condición de enano y manco se sumaba la de chupado y desteñido Romeo.

Pero no bajamos los brazos, habituadas a nuestro “karma”, intentamos suplirlo por el “Twisty”, un bebé que resultó demasiado regordete para novio, tampoco hubo consenso con la idea del oso, ni siquiera en el papel de hombre bestia.

Pero Dios puso en este mundo a las madres para hacer posible lo imposible y la nuestra no fue la excepción. Eligió entre nuestras muñecas la más grande (entre las pequeñas), le cortó el pelo, la vistió de hombre y nos hizo felices.

Las cuatro nenas de ayer hoy somos señoras grandes y, sin embargo, no podemos resistirnos cuando, en la vidriera de alguna juguetería vemos un “Ken” y se nos van los ojos ante semejante “bombón”. Pero también se nos escapa una lagrimita de nostalgia cuando, muy de vez en cuando, el Canal Volver nos regala la imagen del Telepibe, el “macho” de nuestra infancia.

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