viernes, 1 de mayo de 2009

Los que estábamos afuera

No sé si estas líneas las escribo para vos o para mí. Para contarte lo que sentí entonces o para sacármelo de adentro.

Cuando una persona querida está atravesando una situación límite, dolorosa, con riesgo de vida, amenaza de secuelas o de muerte, está sola. Los que la quieren, están afuera de esta lucha. Adentro, todo es blanco, aséptico, inmaculado, negro, sórdido y afuera es dolor e impotencia. Adentro también es dolor.

Con tu físico tullido, hinchado, irreconocible, grandota y chiquita conectada a cables que, como hilos a una marioneta te daban vida, te teníamos que dejar y quedarnos del otro lado. Sólo podíamos besar tu frente, apretarte la mano, decirte algo lindo y salir a llorar afuera. Y vos te tenías que quedar atada a esa vida precaria de tubos que muchos tuvimos el impulso loco de sacarte para poder abrazarte libre, pero teníamos que salir y esperar.

A veces, venían los médicos y ,si nos daban buenas noticias, sentíamos ganas de besarlos, pero otras tantas, hubiéramos querido pegarles, nosotros, los que estábamos afuera.

Algunos fuimos incondicionales y decidimos hacer lo que vos hubieras querido. Yo, adopté a Lilo y tuve que sobreponerme a la fuerza y le veía los ojitos y me abrazaba con sus bracitos y me conmovía tanto  como con los otros dos grandotes perdidos.

Y me metí en tu reino y usurpé tu cocina, usé tus ollas, simulando que nada pasaba, que era normal y esperable que estuviera allí atendiendo a tus muchachos, cuando lo normal era que estuvieras vos con todo tu pelo y tus uñas “para arriba”. Pero tuve que hacerlo. Era lo que tenía que hacer.

Los que estábamos afuera le hicimos  el “aguante” a Rody como pudimos. Y, firmes como granaderos, desfilaron Adriana, Marisa, los chicos del Club, padres de compañeros de tus hijos, el Gallego, Patricia, tus primas, mis hermanas, todos los que vos podrás enumerar mejor que yo y estaba Gabriel con sus ojitos de Kath… Y con Rody eran Batman y Robin y también eran grandotes y fuertes pero chiquitos desamparados. Todos los que estábamos afuera estuvimos desamparados y nos hacíamos amigos y nos pasábamos los números de teléfono y formamos una gran cofradía de tristes e impotentes. Todo eso, mientras estábamos afuera.

Y un siglo estuvimos afuera y no nos importaba el brazo, porque nos preocupaba sólo la cabeza ni nos importaba el ojo, porque pensábamos en las secuelas.

Y a Lilo le mentí, le tuve que mentir y más adelante, una tarde entera le expliqué qué era eso de la mentira blanca o mentira piadosa y él, tan literal, me miraba perdonándome y me decía que me entendía y no sé si yo lo entendí del todo porque todavía cuando pienso en eso se me hace un nudo en la garganta.

Pero un día sentí que te recuperábamos y los que estuvimos afuera nos mezclamos en abrazos y risas y tan egoístas fuimos que no nos importaron los otros que estaban afuera esperando por otro y casi besamos a los médicos y a las enfermeras y a todo aquel que te hizo bien.

Podrías estar mejor, lo sé, pero estás viva y te reís y tal vez no puedas, por ahora, hacer las cosas como antes y tengas tu parche por un tiempo y tu brazo no quede muy derecho, pero estás en casa y Lilo te cuida y tus muchachos grandotes crecieron más y Lilo también creció de golpe. Y después vino la bronca porque tan desesperados estuvimos que no podíamos darle lugar a otro sentimiento.

Si tuviera que enumerar las sensaciones en forma cronológica, diría que primero fue el desconcierto, el miedo, la desesperación y la impotencia juntas, luego la esperanza, la alegría, la bronca, la gratitud.

No creo que lleguemos a entender en este mundo por qué te pasó. Sí podríamos aceptarlo, resignarnos, pero no entenderlo, pero los que estábamos afuera y compartimos y sufrimos esta dolorosísima experiencia no podemos dejar de dar gracias y de redimensionar nuestros pesares, porque ahora todo vuelve a encajar, pero distinto. Todos los que estuvimos afuera, ahora nos paramos en otro lugar y entonces, también crecimos. Y nuestros viejitos queridos también aprendieron que no sólo ellos son vulnerables.

No sé si esto lo leerás alguna vez con tu ojo estrábico, pero lo único que deseé con el alma cuando te vi tirada en esa cama de terapia fue volver a escuchar tu risa de “María Aurelia”, volver a leer tus jeroglíficos sánscritos, volver a escuchar tus serias reflexiones. Mientras estuve afuera nos veía disfrazadas en el corsito de Abbott o haciendo masa de sémola esa húmeda tarde de verano cuando teníamos 4 y 6 años. Recordé cada miércoles en Alsina cuando nos quedábamos fumando, soñando y arreglando el mundo y me compraste la camperita verde militar de tela de avión y vos te compraste la beige y los jeans ajustados para vernos más flacas y las noches en el departamento de Chiru y Eduardo y tu relicario y tu pelotita de oro colgada de tu cuello y tu lunar. Y nos cortábamos el flequillo y tu vacuna infectada y el bolso con tu ropa y después crecimos y mañana te llevo al Alemán y ahora bailo con Mauro y Lilo me cuenta cosas y tomamos la leche en ”Topacio” como una “dama y un caballero” y todo esto no tiene precio porque recuperamos lo habitual de la vida y no vamos a hacer una fiesta porque mucha gente junta hace mucha bulla y mejor te hago un regalo. Lilo tiene razón y tal vez, mi regalo sean estas letras.

 

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