viernes, 1 de mayo de 2009

¡Qué bien queda con un ramo de flores en la mano!

La viejita que cruzaba la calle con dificultad, llevaba un ramo de flores en la mano.

¡ y qué linda quedaba! Parecía una abuelita escapada de algún cuento infantil.

Me pregunté sobre el origen o el destino de ese ramo, que bien podría haber sido desde el regalo de un viejito enamorado, hasta una ofrenda para depositar sobre la tumba de un hijo muerto. Pasando por todas las posibilidades intermedias, elegí quedarme con la primera.

Como era domingo sin fútbol, tenía tiempo de sobra, así que obedecí al impulso de seguir a la portadora del misterioso ramo. Aún caminando muy despacio, tuve que detenerme varias veces y simular que miraba alguna vidriera para poder estar a su par.

Ante la posibilidad de que la abuelita tomara de improviso un taxi o desapareciera, dejándome con la historia por la mitad, decidí entablar conversación, con la excusa de no conocer el barrio y le pregunté por una calle cualquiera. Pero mi interlocutora resultó, no sólo ser bastante sorda, sino también, extranjera. Me miraba contenta ¡y qué linda y alegre quedaba con el ramo de flores de colores en la mano!

Caminamos juntos y durante el trayecto, intercambiamos cordiales sonrisas. Con el fin de encontrar algún indicio en sus ojos, le señalé el ramo como diciendo ¡qué bonito! Y, espontáneamente lo puso entre mis manos y en su lengua sajona insistió con gestos firmes para que me lo quedara. Ay! Que lejos de mi intención estaba ese generoso gesto de la anciana y qué desilusión, estaba claro que tanto no le importaba la persona de quien lo había recibido, de tal manera que el viejito enamorado quedaba fuera del cuento y tuve que creer que lo había comprado ella misma, pobrecita, y me lo había regalado a mí, tal vez porque le había gustado que la acompañara unas pocas cuadras.

Le volví a agradecer y nos despedimos como viejos amigos.

Por mi culpa, por curioso y soñador, lo arruiné todo. Vi alejarse a una anciana que, sin el adorno de flores que tan lindo le quedaba, era simplemente, una señora mayor.

En realidad, lo que más me había intrigado era que llevaba el ramo sin vergüenza, pero con bronca, como si le molestara. Tan buen mozo y con el ramo ¡qué bien le quedaba! Pensé en esa mujer afortunada que lo recibiría y quise conocerla, por eso lo seguí.

Caminaba despreocupado, como si le sobrara el tiempo. No dejé de observarlo. Primero, se dejó caer en un banco de la plaza y al rato, se incorporó ¡sin el ramo! Y continuó su marcha sin rumbo con las manos en los bolsillos.

Manoteé las flores y, guiándome por mi intuición, no corrí a mi galán desconocido para avisarle de su olvido, fue más fuerte mi temor a hacer el ridículo, así que me las apropié con la convicción de que me estaban destinadas y decidí volver a casa para ponerlas en agua.

-  Parecés una novia con el ramo ¡qué lindo te queda! Cuando sea grande y me case, voy a llevar uno como ese – le dije, y me contó que en realidad se lo había encontrado y que si tanto me gustaba… que hacía juego con los colores de mi vestido ¿te gusta, abuelo?

Cuando llegó de la plaza parecía una muñequita ¡qué dulce y tierna quedaba con el ramo! Permanecí extasiado contemplando a mi querida nieta y no le conté que había comprado uno igual esa mañana, no le dije que estoy enamorado.

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