viernes, 1 de mayo de 2009

De papá

Corría el año 1955 y, aunque todavía era otoño, nunca sentí tanto frío como durante esos interminables días grises. Tampoco me ayudaron a soportarlo mis frágiles bronquios, tan contraídos por el miedo y la soledad que apenas dejaban salir silbando la parte del tedioso aire que me tocaba de la celda que compartíamos. Porque éramos varios, pero… te lo contaré desde el principio: por entonces tenía 29 años y participaba de la Acción Católica de la Parroquia del barrio.

Fuimos convocados por la jerarquía de la Iglesia para defender la amenazada Catedral de Buenos Aires. Éramos cerca de diez y, junto con otros grupos sumamos como 250 muchachos  atrincherados dentro del templo convertido en bunker y flanco de confusas agresiones por parte del gobierno de turno, a punto de derrumbarse y que caería tres meses más tarde.

Acusados de traidores a la patria, fuimos todos detenidos.

Nosotros sabíamos que estábamos vivos y en Villa Devoto, pero nuestros familiares y amigos recorrían infructuosamente comisarías y cuanta institución estatal les era sugerida buscando noticias sobre nuestro paradero.

Pasaron siglos hasta que un comisario amigo pudo rescatarnos, sólo a unos pocos. Del resto, no volvimos a saber.

Cuando subí silbando la escalera de casa con varios kilos menos y una espesa barba de días, ella estaba por salir a cumplir con el diario peregrinaje.

No podíamos creernos uno en brazos del otro. Lloramos juntos, nos reímos, nos amamos tanto.

Nueve meses después, exactamente el 15 de marzo, le pondríamos un moño rosa a esta historia de héroes presos, de búsquedas y de reencuentros apasionados.

Ana Lía, pensé que te gustaría conocerla. Papá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario