viernes, 1 de mayo de 2009

Vino Paul

Esta vez nos tocó a los de casi cuarenta para arriba,  y,  al  conocer la noticia corrimos a conseguir sino una buena plaza, al menos un lugarcito en el estadio porque no podíamos estar ausentes.

Era la concreción de una ilusión tantas veces soñada pero casi imposible y sin embargo, el milagro se produjo: todos tuvimos 15 años cuando preparamos nuestra indumentaria, nos procuramos unos buenos binoculares, llevamos a los chicos  con las abuelas, miramos mil veces al cielo rogando por que la lluvia no estropeara la fiesta. Y, evocando afectos perdidos, con la certeza de que, también nosotros estaríamos en la cabeza (o en el corazón) de algún otro quinceañero, volvimos a debutar en un dulce y torpe primer beso o reestrenamos el vestidito rosa con el saquito haciendo juego y las chatitas.

Y esa mágica noche en Buenos Aires, entre fuegos de artificio, chispitas de encendedores y su propia luz, ante la emoción atrapada en nuestras gargantas, apenas liberada cuando pudimos articular la estrofa de ese tema que tantas veces cantáramos, brilló su querida figura.

Teníamos 15 años y éramos protagonistas de la historia de nuestras propias vidas.

Y al día siguiente, desempolvamos aquellos viejos long-play, buscando la forma reconciliarlos con la nueva tecnología, porque el pasado era presente y el presente, éramos nosotros, cuarentones adolescentes cantando recuerdos.


10.12.93. Para Paul Mc. Cartney. 

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