viernes, 1 de mayo de 2009

Un hombre, una roca

A esa hora de la tarde, había que estar muy cerca para diferenciar su pequeña silueta sin confundirlo con una caprichosa forma de la roca sobre la cual se adhirió, con la mirada de pescado perdida, las manos entretenidas en arrojar alguna piedra al mar, los pies olvidados sobre el agua y sus pensamientos, quizás, tan lejos como sus sentimientos.

Debió de haber permanecido varias horas en ese trance, porque no lo inmutaron el notable cambio en la temperatura ni la presencia de la noche, definitivamente instalada en ese escondido pueblito marítimo tan abandonado por los pocos turistas que no volvieron, como por los lugareños que, en busca de vida y ciudad, hasta dejaron de escribir, enterrando para siempre sus orígenes y sus identidades.

Hacía tiempo que había perdido la cuenta de los años que llevaba viviendo y, aunque nunca fue robusto, últimamente su cuerpo fue achicándose hasta tal punto, que debió arremangar su camisa y ajustarse el cinturón.

No fue un hombre feliz. Tampoco sufrió grandes dolores, porque nunca tuvo nada que perder.

Vivió en el mismo pueblo, cumpliendo diariamente con idénticos ritos, porque careció de iniciativa para cambiar, no tuvo interés en progresar, ni el incentivo de crecer, ni siquiera el instinto de buscar mujer.

Por eso nunca nadie lo esperó, nadie lo extrañó, no hizo latir el corazón de ninguna mujer, pero tampoco tuvo enemigos y no cosechó odios ni despertó pasiones.

Esa noche, los pies flotando inútiles sobre el agua, apenas hendidos primero y hasta los tobillos conforme iba subiendo la marea, pensó.

Un destello de luz iluminó su esencia vegetal. Y también sintió. No sólo la frescura del agua salpicando sus pies, sino, el aroma del mar, la caricia del viento, la pegoteada humedad sobre su piel mineral.

¡Cuánto tiempo había perdido! Y ahora… la revelación lo sacudió de su autismo casi centenario, proyectándole un pantallazo de aburridas vivencias para que esa mirada, siempre impenetrable, adquiriera súbitamente sentido.

Aspiró profundamente y luego, demasiado tarde, o en el momento preciso, tal vez, se desinfló confundiéndose con el paisaje marino. Y fue finalmente roca, fue arena, fue agua, fue sal, fue espuma, fue aire, fue un último suspiro inteligente trascendiendo el tiempo y el espacio.

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