viernes, 1 de mayo de 2009

Recuerdo de una casa

No era linda ni lujosa, es más, no podría asegurarlo, pero no le hubiera venido mal una manito de pintura, pero en esa casa fui feliz.

Cuando yo nací, mi abuelo paterno ya había muerto, por eso, esa casa de la calle Soler al 5100, donde nacieron mi papá y mis tíos, para mí siempre fue la casa de granny.

Siempre íbamos de visita, pero en una oportunidad, no sé si por reformas o esperando la entrega de la que sería mi casa de la infancia, pasamos un tiempo en lo de granny: mamá, papá, Patricia, mi hermana mayor y yo.

Recuerdo que mis padres ocuparon el cuarto de mi tía Kathleen que acababa de casarse y nosotras dormíamos en el de Chiru, mi tía soltera, que estaba comunicado por una puerta con el de Granny. Ese cuarto sí, era lo más fascinante que yo, con mis cortos 5 años había visto nunca. La cama era de bronce, tenía en el respaldo un medallón con unos ángeles gordos tallados que me gustaban y me asustaban. Colgado de una pared había un inmenso cuadro de Jesús con unos ojos que me miraban siempre. Los ojos me seguían a cualquier punto de la habitación donde me transladara y sólo me animaba a mirarlo si estaba acompañada, porque le tenía pánico.

Todo en la casa de granny tenía un olor muy especial e inolvidable, desde su ropero, después supe que olía a alcanfor, el piso de madera, a cera y el comedor, a cosas ricas. No tengo memoria de los almuerzos ni de las cenas, sí del té que mi abuela servía rigurosamente a las “ five o’clock” en unas tazas con dibujos azules y acompañado con tostadas o scons o panqueques. No sé si comía a no esos manjares, pero siempre recordaré ese cálido aroma.

Enfrentados y separados por la enorme mesa del comedor estaban el “side-board grande” y el “side-board chico” (así llamaba granny a los aparadores). El grande tenía alzada y dos grandes puertas abajo y el chico no tenía puertas, era un mueble bajo con una mesada de mármol sostenida por cuatro columnas, lo que lo convertía en lo que verdaderamente era para mí: una casita.

Horas enteras me pasaba jugando dentro del “side-board chico”. Mi tía Chiru me prestaba su alhajero repleto de collares, pulseras, aros y anillos de todas formas y colores que para mí representaban un tesoro fabuloso y hoy me doy cuenta de que sólo eran fantasías, también me dejaba jugar con las monedas grandes de un peso que guardaba en dos botellas de leche de esas de vidrio verde de boca ancha. Era una fortuna en monedas que yo formaba en filas y alineaba o colocaba una sobre la otra en enormes torres hasta que se caían. Yo estaba convencida de que mi tía Chiru era millonaria.

Desde ese refugio escuchaba a mi hermana reirse con “Los tres chiflados”, porque el televisor estaba ubicado donde terminaba la mesa. Por entonces, los dibujitos y algunas series no llegaban dobladas y conservaban el  inglés original y a mí me costaba bastante entenderlos, por eso no me llamaban la atención. Los que también hablaban el mismo idioma eran uncle Mike y uncle Matt, dos viejos, hermanos de mi abuela que, a menudo, formaban parte del paisaje del mundo que yo espiaba desde el “side-board chico” y a quienes tampoco entendía y, menos aún diferenciaba, salvo por el olor, porque, mientras que uno tenía olor a pis, el otro emanaba vahos de alcohol a cualquier hora del día.

La cocina estaba bien separada del resto de la casa y para llegar había que atravesar un pasillo interminable, por eso no me gustaba ir a la cocina, pero sí me gustaba el baño. Ahí todo brillaba, el piso, una rejilla de bronce donde me podía mirar, los espejos a los que no alcanzaba. Tampoco alcanzaba a la cadena, no la podía tirar sola si no me paraba arriba del inodoro. La puerta del baño era como una persiana y me parecía que me espiaban por las hendijas.

No sé si podría hoy llegar a hacer un plano de esa casa, pero si me fuera posible plasmaría los olores y las sensaciones que cada rincón despertaba en mí.

Cuando granny murió, mi tía Chiru, que todavía continúa soltera, se mudó a un departamento chiquito, se deshizo del “side-board grande” y con el mármol del chico hizo una mesa ratona.

Del cuarto de granny sólo conservó el ropero donde escondió el cuadro de los ojos y con el tiempo fue perdiendo el olor a alcanfor.

Aún suelo soñar con la casa de granny y siempre es un lugar tibio.

Los años y nuevos dueños le achicaron puertas y ventanas , por eso, evito pasar por ese frente ahora ajeno.

La añoro con la memoria de la nena que fui y así prefiero recordarla, como la veía desde el "side-board chico"

 

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